viernes, 18 de octubre de 2013
viernes, 11 de octubre de 2013
lunes, 13 de mayo de 2013
Napoleon y Egipto
Napoleón en Egipto: La Batalla de las Pirámides
Publicado por Manuel el 9 abril 2008 | 7 comentarios
Todos asociamos las pirámides de Giza con el Antiguo Egipto
de los faraones y La Biblia. Nos fascina lo enigmático de una cultura
que se desarrolló hace más de 5.000 años, libró mil batallas y firmó
otros tantos acuerdos de paz con sus pueblos vecinos, llegó al cénit de
su desarrollo con la construcción de estos colosos de Giza, y después se
fue apagando progresivamente y cediendo a la fuerza emergente de otras
culturas. Para cuando Alejandro Magno entró en Egipto, poco o nada quedaba ya de una cultura tan original como misteriosa, rematadamente diferente a sus vecinas.
Sin embargo, hay otros eventos e historias fascinantes que las impertérritas pirámides
han contemplado a lo largo de tantos siglos de existencia, y una de
ellas fue la batalla que se desarrolló en sus inmediaciones por el
control de Egipto a finales del siglo XVIII, entre el ejército de Napoleón Bonaparte y la casta de los Mamelucos.Napoleón en Egipto
La expedición militar de Napoleón a Egipto, en 1798, fue un punto de inflexión en la Historia por varias razones. Culturalmente, abrió Oriente a Occidente, después de varios siglos de ignorarse mutuamente. Oriente llevaba siglos somnoliento en contraste con un Occidente hiperactivo, justo lo contrario que había sucedido en el periodo de las Cruzadas en donde una Europa prácticamente paralizada por la religión y la oscuridad de la Edad Media se las veía con un Oriente de luces y en agresiva expansión.Los historiadores militares han señalado la Batalla de las Pirámides como el choque que estableció la superioridad armamentística y de táctica militar occidentales sobre las orientales, aunque una semana antes Bonaparte ya había luchado una batalla trascendental con los Mamelucos en una villa al norte de El Cairo, y allí fue donde pudo detectar las características y debilidades de su oponente antes de asestar el golpe final.
En gran corso en busca de su destino
A mediados del verano de 1798 pues, Napoleón se encontraba en el norte de África, pero ¿por qué? Se trataba de un cúmulo de varios factores. De una parte, tenía el objetivo de bloquear la ruta comercial que más rédito económico proporcionaba a Inglaterra, gran enemiga de Francia de la época: la ruta con la India. También pretendía establecer un colonialismo francés inexistente hasta entonces en la región, e incluso se llevó a 167 de los mejores científicos y eruditos de Francia, especialistas en varias ramas del saber, para que estudiaran la cultura del Antiguo Egipto.Otra razón de mucho peso, esta vez pretendida por el Directorio (gobierno francés post Revolución Francesa), fue sin duda la de alejar de París a un joven pero ya poderoso general Napoleón, victorioso en las campañas italianas con Austria, que ya apuntaba la máximas ambiciones.
Se dice que Bonaparte idealizaba a Alejandro Magno, como tantos otros en la Historia, y que quizá hubo una componente de emulación en la invasión de Egipto. En 332 AC Alejandro era recibido en Egipto como liberador de los persas; contaba con 24 años de edad. Napoleón, con 28, quizá podía alcanzar a Alejandro Magno si se daba prisa, y conquistar Egipto, Jerusalem y Siria. Incluso podría llegar a Constantinopla y la India, una vez establecida una fuerte base en Egipto. Napoleón había escrito previamente al Directorio exponiendo que Francia podía dominar el Mediterráneo con poca oposición por parte del decadente Imperio Otomano: “ocupemos Egipto, y tendríamos una ruta directa a la India”.
Pero para ocupar Egipto había que vencer a la casta que lo gobernaba desde hacía siglos: los Mamelucos. Se trataba de una clase guerrera que vivía en tierras egipcias con grandes lujos e independencia del Imperio Otomano, desde el siglo XIII, antes incluso de la existencia del propio imperio. Mameluco significa “hombre comprado” en árabe, y de hecho, estos hombres eran comprados de niños a familias cristianas en varias partes de Asia (básicamente el Cáucaso) para ser educados como musulmanes. Se les entrenó durante siglos como guerreros del Imperio Otomano, de los más feroces y cualificados. En el siglo XVIII seguían disfrutando de una autonomía casi completa del imperio. No pagaban tributos, y seguían una política totalmente independiente. Para cuando llegó Napoleón con su ejército de 30.000 franceses, los mamelucos no eran más de 10.000.
Los Mamelucos tenían dos gobernantes en aquella época: Ibrahim Bey y Mourad Bey, el primero asentado en El Cairo, el segundo en Giza. Ambos eran jefes poco impresionables por las fuerzas francesas, ya que a pesar de la fama que las precedía ellos daban toda la importancia en una batalla a la caballería, y no era precisamente de lo que los franceses estaban más sobrados en Egipto.
Las pirámides como testigo, pero de lejos
Mientras Napoleón marchaba con su ejército de Alejandría a El Cairo, después de conquistar la primera, se encontró con las fuerzas mamelucas a 15 km de las pirámides y a sólo 4 km de El Cairo. Las pirámides se veían pues a lo lejos, en toda su majestuosidad. Bonaparte, que sabía muy bien de las artes de la propaganda, se cuidó mucho de asociar la batalla con las pirámides milenarias y les hizo referencia en su famoso discurso de inicio de la batalla: “¡Adelante soldados! Recordad que desde lo alto de las pirámides, cuarenta siglos os contemplan”.La batalla que se desencadenó no fue nada igualada: por un lado, 25.000 tropas francesas repartidas en 5 divisiones, perfectamente alineadas en escuadrones rectangulares, con la caballería en el centro y los cañones en la periferia, y con una potencia de fuego irresistible. Por el otro, la caballería mameluca de Murad Bey, 6.000 jinetes, apoyados por unos 15.000 infantes de muy inferior calidad. Armados con sables y lanzas, de los cuales eran maestros en su uso, apenas disponían de armas de fuego.
La caballería mameluca se lanzó a la carga contra las huestes francesas, pero fue parada en seco por toneladas de acero, disparadas con gran sincronía por los escuadrones de Napoleón. En pocas horas murieron más de 3.000 jinetes mamelucos, y el resto del ejército huyó junto con su jefe hacia el Alto Egipto. Ibrahim Bey huyó a Siria para reorganizar la resistencia, pero todo estaba perdido. Tras 700 años de dominio, los mamelucos entregaban Egipto.
Una victoria agridulce
El desenlace de la conquista de Egipto no fue ni mucho menos el esperado por Napoleón, ya que pocos días después de la Batalla de las Pirámides perdió prácticamente toda su flota a manos del almirante Nelsón, con lo que el ejército francés quedaba incomunicado en África. Posteriormente, Napoleón tuvo que abandonar Egipto dado que la política se estaba complicando mucho en París, y su ejército no tuvo más remedio que rendirse en pocos meses al inglés, que lo repatrió a Francia a cambio.No obstante, la misión científica francesa fue un éxito sin precedentes, y fue la única compensación por las vidas y material perdido en las tierras de Egipto. La Descripción de Egipto, un fabuloso trabajo compuesto por 24 volúmenes repletos de descripciones de las ruinas de los templos faraónicos, bellísimas ilustraciones de prácticamente todos los aspectos de la vida en Egipto —antiguedades, edad moderna e historia natural—, etc. han maravillado a generaciones desde entonces y fueron la base de la Egiptología que todavía hace furor en el mundo.
En la actualidad estas descripciones tienen un fabuloso valor ya que en menos de 200 años desde su publicación, muchos de los templos descritos han desaparecido, ya sea bajo las aguas de la presa de Asuán o bajo el pillaje, guerras, o poco respeto de la población del momento en relación a sus antepasados, que no conocen y muchas veces rechazan.
Además, un destacamento francés descubrió la famosa Piedra Rosetta, confiscada después por el ejército inglés y expuesta en el Museo Británico desde 1802, clave para descifrar los jeroglíficos egipcios que llevaban más de 1.400 años sin nadie que los supiese leer.
Napoleón, genio y figura
Tras la célebre Batalla de las pirámides, algunos oficiales visitaron la Gran Pirámide e incluso subieron a su cima (la cima desde la que la que cuarenta siglos los contemplaban). Napoleón prefirió descansar a la sombra, pero no estuvo inactivo.Cuando los oficiales bajaron y se reunieron con él, les explicó que había estado calculando la cantidad de piedra que formaba la pirámide. Había suficiente, dijo, para construir un muro de piedra de 3 metros de alto y 0,3 metros de grosor alrededor de toda Francia.
El grupo debió de quedarse perplejo, porque el matemático Monge, que estaba entre ellos, hizo su propia estimación, que confirmó la de Napoleón.
Otro hecho histórico poco conocido es sin duda el relativo a la noche que pasó Napoleón en solitario en el interior de la llamada “Cámara del Rey” de la pirámide de Keops (Khufu en egipcio). El hecho está suficientemente documentado históricamente. ¿Qué ocurrió la noche del 12 de agosto de 1799, por cierto, sólo a 3 días de cumplir 30 años? Napoleón sabía que tanto Alejandro Magno como Julio César habían pasado una noche en la pirámide de Keops… Probablemente, el gran corso estaba buscando su sitio en la Historia.
Cuentan los cronistas que a la mañana siguiente el general salió de las entrañas de la pirámide de Khufu demacrado y mudo. No queriendo contar nada de lo sucedido allí dentro. Nadie, ni su fiel Kebler, ni ningún otro general, supo jamás qué ocurrió aquella noche, pues Napoleón no quiso que le tomaran por loco.
miércoles, 3 de abril de 2013
El Maestro Tabarez
Albert Camus se destacó tanto por ser buen escritor como por tirar
frases un tanto efectistas y bastante indefendibles. “No ser amado es
una simple desventura. La verdadera desgracia es no saber amar”,
perpetró Camus alguna vez. Y también dijo: “El futbol no es una cuestión
de vida o muerte, es mucho más que eso”.
La sentencia de Camús sobre el amor es una bobada sónica que rebaja la tragedia de no ser amado a una anécdota cualunque. La idea sobre el futbol parece abrir un abanico de posibilidades y segundas lecturas pero, al poco tiempo de buscarlas, uno termina por agotarse.
El premio Nobel de Literatura fue más lejos con eso de la importancia del juego de pelota y sentenció: “Todo lo que sé sobre la vida lo aprendí cuando era niño en una cancha de fútbol”.
Esta última confesión de Camús también es exagerada pero, al menos, nos permite imaginarnos a un niño que descubre en la canchita del barrio muchas de las miserias y de los gestos preciosos con los que luego se encontraría a lo largo de su vida.
Lo malo es cuando una manga de grandulones pretende buscar dentro de un estadio una serie de señales luminosas que poco o nada tienen que ver con la pelota. Así son los nuevos uruguayos que compraron “el proceso” de “el maestro” Washington Tabárez al frente de la selección de fútbol como un ejemplo de valores y de inteligencia que debía ser trasladado a la educación, a la política y o al comercio.
Estos recién llegados al mundo de la pelota parecen no reparar en que el fútbol no es otra cosa que un juego en el que, muchas veces, el azar se cuela para desbaratar habilidades y esquemas tácticos prefabricados.
Parecen no darse cuenta de que toda esa celestemanía, ya en decadencia, no hubiera sido tal si aquel morocho de Ghana le embocaba al arco y nos dejaba afuera del mundial –como ya estábamos acostumbrados- en cuartos de final.
Pero no. La pelota pegó en el travesaño y la alegría fue muchísima. Porque esta selección le dio, a una generación acostumbrada a perder y a perder, la posibilidad de gritar como unos enajenados.
Pero la alegría se volvió solemnidad. Hubo libros y libros escritos sobre la “hazaña” celeste. Tabárez dejó de ser el técnico conservador que es y se convirtió en un referente moral. “La recompensa es el camino” dijo y parecía que hablaba Zaratustra.
Diego Lugano dejó de ser un defensa que marca torpemente, pega patadas surtidas y molesta a los delanteros cuando se va al ataque y pasó a ser el líder carismático de un grupo pletórico de belleza y amor por el prójimo.
Además, nadie se animó a desentrañar el enigma que podía explicar la presencia de Palito Pereira en una selección de fútbol.
Hubo un partido político que realizó encuentros privados en los que se pasaban los goles de Uruguay para enseñar a trabajar en equipo a los jóvenes y a los viejos. Hubo charlas en escuelas y plazas de deportes, y el relleno del Ricardito perdió su blancura para ganar un asqueroso color de anilina celeste.
Si esto hubiera sido una película épica, Tabárez se tendría que haber ido después de la Copa América en la que Uruguay logró imponerse, otra vez, con mucha suerte a su favor.
Pero no. Siguió adelante con un esquema de juego repetido en el que sus mejores jugadores se aburren esperando la pelota y siguió destratando gente -los periodistas deportivos, aunque alguno no lo parezca, lo son.
Ahora que la clasificación para el mundial de Brasil se tornó dificultosa y que el "grupo humano" se convirtió en una olla de grillos, tal vez resulte provechoso mirar hacia atrás para darnos cuenta de lo evidente: que lo ocurrido con la selección no rozó ni de cerca el ejemplo humano y que lo que hoy ocurre nada tiene que ver con un drama deportivo.
Que más vale dar el ejemplo tapando las goteras de las escuelas que arengando chiquilines desde alguno de los dos lados de la línea de talco.
Que el fútbol no es cuestión de vida o muerte ni nada que se le parezca. Que hay que rajar de las guarangadas como de la peste, y que no dejan de ser guarangadas aunque las diga un premio Nobel. Y que al maestro Tabárez. por supuesto, hay que agradecerle por los servicios prestados
La sentencia de Camús sobre el amor es una bobada sónica que rebaja la tragedia de no ser amado a una anécdota cualunque. La idea sobre el futbol parece abrir un abanico de posibilidades y segundas lecturas pero, al poco tiempo de buscarlas, uno termina por agotarse.
El premio Nobel de Literatura fue más lejos con eso de la importancia del juego de pelota y sentenció: “Todo lo que sé sobre la vida lo aprendí cuando era niño en una cancha de fútbol”.
Esta última confesión de Camús también es exagerada pero, al menos, nos permite imaginarnos a un niño que descubre en la canchita del barrio muchas de las miserias y de los gestos preciosos con los que luego se encontraría a lo largo de su vida.
Lo malo es cuando una manga de grandulones pretende buscar dentro de un estadio una serie de señales luminosas que poco o nada tienen que ver con la pelota. Así son los nuevos uruguayos que compraron “el proceso” de “el maestro” Washington Tabárez al frente de la selección de fútbol como un ejemplo de valores y de inteligencia que debía ser trasladado a la educación, a la política y o al comercio.
Estos recién llegados al mundo de la pelota parecen no reparar en que el fútbol no es otra cosa que un juego en el que, muchas veces, el azar se cuela para desbaratar habilidades y esquemas tácticos prefabricados.
Parecen no darse cuenta de que toda esa celestemanía, ya en decadencia, no hubiera sido tal si aquel morocho de Ghana le embocaba al arco y nos dejaba afuera del mundial –como ya estábamos acostumbrados- en cuartos de final.
Pero no. La pelota pegó en el travesaño y la alegría fue muchísima. Porque esta selección le dio, a una generación acostumbrada a perder y a perder, la posibilidad de gritar como unos enajenados.
Pero la alegría se volvió solemnidad. Hubo libros y libros escritos sobre la “hazaña” celeste. Tabárez dejó de ser el técnico conservador que es y se convirtió en un referente moral. “La recompensa es el camino” dijo y parecía que hablaba Zaratustra.
Diego Lugano dejó de ser un defensa que marca torpemente, pega patadas surtidas y molesta a los delanteros cuando se va al ataque y pasó a ser el líder carismático de un grupo pletórico de belleza y amor por el prójimo.
Además, nadie se animó a desentrañar el enigma que podía explicar la presencia de Palito Pereira en una selección de fútbol.
Hubo un partido político que realizó encuentros privados en los que se pasaban los goles de Uruguay para enseñar a trabajar en equipo a los jóvenes y a los viejos. Hubo charlas en escuelas y plazas de deportes, y el relleno del Ricardito perdió su blancura para ganar un asqueroso color de anilina celeste.
Si esto hubiera sido una película épica, Tabárez se tendría que haber ido después de la Copa América en la que Uruguay logró imponerse, otra vez, con mucha suerte a su favor.
Pero no. Siguió adelante con un esquema de juego repetido en el que sus mejores jugadores se aburren esperando la pelota y siguió destratando gente -los periodistas deportivos, aunque alguno no lo parezca, lo son.
Ahora que la clasificación para el mundial de Brasil se tornó dificultosa y que el "grupo humano" se convirtió en una olla de grillos, tal vez resulte provechoso mirar hacia atrás para darnos cuenta de lo evidente: que lo ocurrido con la selección no rozó ni de cerca el ejemplo humano y que lo que hoy ocurre nada tiene que ver con un drama deportivo.
Que más vale dar el ejemplo tapando las goteras de las escuelas que arengando chiquilines desde alguno de los dos lados de la línea de talco.
Que el fútbol no es cuestión de vida o muerte ni nada que se le parezca. Que hay que rajar de las guarangadas como de la peste, y que no dejan de ser guarangadas aunque las diga un premio Nobel. Y que al maestro Tabárez. por supuesto, hay que agradecerle por los servicios prestados
miércoles, 13 de marzo de 2013
100 mejores novelas según el diario el mounde
Véase también
- Galardonados del Premio Nobel de Literatura (Suecia) – Camus, Steinbeck, Hemingway, Beckett, Sartre, Solzhenitsyn, Gide, García Márquez, Faulkner, Mauriac, Mann, Pirandello, Böll, Lagerlöf, Le Clézio, y Perse
- Galardonados del Premio Príncipe de Asturias (España) – Kadare
- Galardonados del Premio Cervantes (España) – Borges
- Galardonados del Premio Internacional Alfonso Reyes (México) – Malraux y Borges
- Los 100 mejores libros de todos los tiempos, según el Club de Libros de Noruega
- Canon Occidental
100 obras en Ingles
Anexo:Lista Time de las 100 mejores novelas
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La lista de la revista Time de las 100 mejores novelas es una lista, sin clasificar, de las cien mejores novelas, y diez mejores novelas gráficas, publicadas en inglés entre el año 1923 y 2005. La lista fue recopilada por los críticos de la revista Time Lev Grossman y Richard Lacayo.1
La lista sólo incluye trabajos entre 1923 (cuando se publicó por vez primera la revista Time) y 2005 (cuando se recopiló la lista). Como resultado, libros destacados como Ulises de James Joyce, publicada antes del año 1923, no fueron candidatos a la inclusión.1
Watchmen (1986) por Alan Moore y Dave Gibbons aparece tanto en la lista de las 100 Mejores Novelas como en las 10 Mejores Novelas Gráficas, dando una combinación de ambas listas un total de 109 obras.
La lista sólo incluye trabajos entre 1923 (cuando se publicó por vez primera la revista Time) y 2005 (cuando se recopiló la lista). Como resultado, libros destacados como Ulises de James Joyce, publicada antes del año 1923, no fueron candidatos a la inclusión.1
Watchmen (1986) por Alan Moore y Dave Gibbons aparece tanto en la lista de las 100 Mejores Novelas como en las 10 Mejores Novelas Gráficas, dando una combinación de ambas listas un total de 109 obras.
Índice |
Las 100 mejores novelas
Referencias
- ↑ a b Kelly, James; Lev Grossman y Richard Lacayo (16 de octubre de 2005). «Time's List of the 100 Best Novels (1923–2005)». Time.
Véase también
Enlaces externos
- Descripción de la lista en Time.com
- Lista completa en Time.com
- Descripción de la lista de las 10 mejores novelas gráficas en Time.com
- Este artículo fue creado a partir de la traducción del artículo Time's List of the 100 Best Novels de la Wikipedia en inglés, bajo la Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 3.0 Unported y la Licencia de documentación libre de GNU.
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